LOS ÁRBOLES MUEREN DE PIE

Comedia en tres actos

Autor: Alejandro Casona     Adaptación: Angélica Suárez

 

PERSONAJES:

Mecanógrafa               Helena             Isabel               Fernando Balboa

Mauricio                      Genoveva        Felisa               Abuela Eugenia            El otro

           

ACTO PRIMERO.

 

A primera vista estamos en una extraña oficina moderna. En medio, cerrada por una espesa cortina, que al correrse descubre un vestuario amontonado de trajes exóticos y una mesita con espejo alumbrado. En contraste con el aspecto burocrático hay acá y allá un rastro sospechoso de fantasía: redes de pescadores, carátulas, un maniquí descabezado con manto, un globo terráqueo, mapas coloristas de países que no han existido nunca; toda esa abigarrada promiscuidad de las almonedas y las tiendas de anticuario.

En lugar bien visible el retrato del Doctor Ariel, con una sonrisa bonachona, y su barba entre artística y apostólica.

Al levantarse el telón la Mecanógrafa busca afanosamente algo que no se encuentra en los ficheros. Consulta una nota y vuelve a remover fichas, cada vez más nerviosa. Entra Helena, la secretaria, con sus carpetas que ordena mientras habla.

 

HELENA.- ¿Que, sigue sin encontrarla?

MECANÓGRAFA.- Es la primera vez que me ocurre una cosa así, el fichero esta ordenado matemáticamente y soy capaz de encontrar lo que se me pida con los ojos cerrados. No comprendo como ha podido desaparecer.

HELENA.- ¿No estará equivocada la nota?

MECANOGRAFA.-Imposible; es de puño y letra del jefe.    No puede haber ningún error.

HELENA.-Hay dos.

MECANOGRAFA.- ¿Dos?

HELENA.-Primero, no pronuncie aquí la palabra jefe; parece otra cosa. Diga simplemente director. Y segundo, ¿cómo quiere encontrar una muchacha de 17 años en las fichas azules? Hasta cumplir la mayoría de edad van en cartulina blanca.

MECANOGRAFA.-Dios mío, ¡pero donde tengo la cabeza hoy!

HELENA.-Mucho cuidado con eso; tratándose de menores la ley es inflexible.

MECANOGRAFA.-Siempre se me olvida ese detalle del color.

HELENA.-Recuerde que en esta casa cualquier pequeño detalle puede ser una catástrofe. Muchas vidas están pendientes de nosotros, pero el camino esta lleno de peligros; y lo mismo podemos merecer la gratitud de la humanidad que ir a parar todos a la cárcel esta misma noche. No lo olvide.

MECANOGRAFA.-Perdón. Le prometo que no volverá a ocurrir

HELENA.-Así lo espero. (La mecanógrafa va a salir). Otra cosa; si llega una muchacha de ojos tristes, con boina a la francesa y tarjeta azul, hágala pasar inmediatamente.

MECANOGRAFA.- ¿La del ramo de rosas?

HELENA.- ¿Cómo lo sabe?

MECANOGRAFA.- No fue culpa mía, lo oí, sin querer, cuando se lo estaba diciendo al jefe.

HELENA.-Director.

MECANOGRAFA.-Disculpe. (Sale)

 (La secretaria se sienta a ordenar papeles y tomar notas.)

(Entra la muchacha de los ojos tristes y la boina  a la francesa. Anticipadamente la llamaremos Isabel).

HELENA.-  Pase, señorita. Es una verdadera alegría que se haya decidido a venir a vernos. Siéntese, Por favor

ISABEL.- (sin sentarse).- ¿Fue usted la que me llamo?

HELENA.-Yo no puedo tomar iniciativas, solo obedezco ordenes. Pero estoy segura de que el señor director va a ser feliz cuando lo sepa. Un momento. (Va al interfon). ¡Hola! ¿Dirección? (Se oye en interfon la voz del Director)

VOZ.- Diga Helena.

HELENA.-Tengo una gran noticia para usted

VOZ.- Si quiere darme la mejor del día, dígame que los ojos tristes que esperábamos acaban de llegar.

HELENA.-Efectivamente, aquí esta.

VOZ.- Salúdela en mi nombre y dígale que en cuanto termine aquí tendré el mayor gusto en atenderla.

HELENA.- A sus ordenes (corta) ¿Ha odio?

ISABEL.-Realmente no se como agradecerles...Pero ¿Podría saber quien me llamo y para que me han traído aquí?

HELENA.-El señor director le explicara. ¿No quiere sentarse?

MECANOGRAFA.- (en la puerta) Hay un señor que quiere hablar con la dirección

HELENA.-Que espere.

MECANOGRAFA.- Viene Recomendado por el doctor Ariel.

HELENA.- ¡Pero  hágalo pasar inmediatamente!

(Entra el señor Balboa: Un anciano correctísimo y pulcro, un poco tímido. Trae en la mano una tarjeta azul).

BALBOA.-Señorita...

HELENA.-Encantada. ¿Es usted amigo del doctor Ariel?

BALBOA.- Tengo ese honor.

HELENA.- Tome los datos, Amelia (La mecanógrafa recoge la tarjeta del señor Balboa y se sienta a tomar los datos para el fichero, Helena le indica un asiento y dice, por Isabel): no se si tengo el derecho de hacer las presentaciones o si prefieren reservarse los nombres. En cualquier caso considérense como amigos.

BALBOA.- Honradísimo.

ISABEL.- Gracias, señor.

(El señor Balboa toma asiento junto a Isabel)

MECANOGRAFA.- (Suena el teléfono, contesta) Dice el Pastor que si también debe cantar

HELENA.- (impaciente ante la imprudencia). No me parece momento oportuno para pedir instrucciones. ¡Dígale que espere ahí adentro!

MECANOGRADA.-Perdón. (la secretaria sonríe un poco tontamente sin saber como explicar la extraña aparición).

HELENA.-Un amigo... (Toma de la mesa un sombrero de copa para llevárselo. Del sombrero sale un conejo blanco. Ella se apresura a esconderlo. Nerviosa) Disculpe... ¡estos empleados...! (sale con el sombrero).

(Isabel y el señor Balboa, se miran desconcertados. Después CONTEMPLAN INQUIETOS EL LUGAR.)

MECANOGRAFA.-. (Suena el teléfono; atiende mecánicamente). Diga. Si. Yo misma. ¿Cómo? ¿¡Pero no? Este asunto de los niños secuestrados quedo archivado definitivamente. Resultado negativo. Ah, eso ya es otra cosa. Espere, creo que tengo aquí a mano los datos. (Sin soltar el auricular busca en una agenda, repitiendo): fumadero de opio... fumadero de opio...fumadero... (la secretaria ha aparecido a tiempo de sorprender la nueva imprudencia. Avanza rápidamente).

HELENA.-Deje eso (toma el auricular y contesta en un tono tan amable que es evidentemente falso). ¡Hola! ¿Ah, es usted? encantada siempre. Lo siento, pero ahora no me es posible. No, por favor, no insista. (Subrayando). Le repito  que en este momento es imposible, yo lo llamare. De nada. Vamos, señorita el trabajo no puede esperar. Con permiso. (Vacila un momento. Desconecta el teléfono y sale con la mecanógrafa)

(Isabel y el señor Balboa se miran cada vez más perplejos. El se enjuga la frente con el pañuelo; ella tamborilea los dedos, nerviosa, sonríen forzadamente sin saber que decirse. Por fin, el señor Balboa da el primer paso confidencial).

BALBOA.-Dígame, señorita, ¿usted tiene idea aproximada de donde estamos?

ISABEL.-Yo, no, ¿y usted?

BALBOA.-Tampoco. ¿Es curioso no? Ninguno de los dos sabe donde estamos y sin embargo aquí estamos los dos

ISABEL.- ¿No habremos equivocado la dirección?

BALBOA.-Comprobemos. ¿Cuál es la suya?

ISABEL.- (saca de su bolso una tarjeta azul).- Avenida de los aromos 2448.

BALBOA.- (mirando la suya).- Dos cuatro, cuatro, ocho, correcto. Es indudable que en toda la ciudad no puede haber mas que una avenida de los Aromos.

ISABEL.-Y es indudable que en toda la avenida no puede haber más que un dos, cuatro, cuatro, ocho.

BALBOA.-Entonces estamos bien. ¿Pero donde? ¿Qué significa esa mezcla de oficina y utilería?

ISABEL.-Es lo que yo me estoy preguntando desde que llegue

BALBOA.-Y ese fumadero de opio... y esos niños secuestrados... ¡No ira a decirme que todo esto es natural!

ISABEL.-¡Quien sabe1 A veces unas palabras sueltas pueden prestarse a confusiones!

BALBOA.-De acuerdo. Pero... ¿es natural criar conejos en un sombrero de copa?

ISABEL.-Eso seria lo de menos. (Pensativos Los dos, se oyen ruidos extraños, reacción de susto en ambos)

BALBOA.-... ¿Usted ha entendido algo?

ISABEL.-(resuelta).- Yo si, que hay que salir de aquí antes de que sea tarde! (Se levanta dispuesta a correr, el la detiene)

BALBOA.Por ahí no! ¿Quiere meterse usted misma en la boca del lobo? Calma, señorita; mientras tengamos la cabeza sobre los hombros, usémosla fríamente. Reflexionemos. (Respira hondo para tranquilizarse y medita en voz alta). A primera vista, todo lo que pasa aquí solo puede ocurrir en un teatro o en una filmadora de películas o en un circo

ISABEL.-Ojalá no fuera más que eso.

BALBOA.-Y sin embargo es evidente que no estamos en un circo ni en un teatro ni en una filmadora… Tampoco cabe pensar en una logia

ISABEL.- ¿Y en una secta?

BALBOA.- ¿De que?

ISABEL.- ¡Que se yo! Una secta secreta

BALBOA.- ¿Religiosa? No es cosa de estos tiempos. ¿Política? ¿Una organización terrorista?

ISABEL.- ¿Contra un viejo y una pobre mujer sola? No valdría la pena

BALBOA.- (desesperado) Pero, entonces, ¿dónde diablos nos hemos metido? Yo soy un poco distraído y puedo equivocarme; pero usted... ¿Es posible que haya venido aquí sin saber a donde venia?

ISABEL.-Cuando me llamaron estaba tan desesperada que no podía negarme. Si en aquel momento me hubieran citado a la puerta del infierno hubiera ido.

BALBOA.- ¿Quién la cito?

ISABEL.-No lo se. Era un anónimo.

BALBOA.- ¡Me lo estaba imaginando! ¿Con amenazas?

ISABEL.-Al contrario: con la más hermosa de las promesas

BALBOA.- ¡Haber empezando por ahí! ¿Se da cuenta ahora del peligro criatura? Una muchacha  joven, linda, sola... ¿Cómo no sospechó esa intriga tenebrosa?

ISABEL.- (aterrada, corriendo a refugiarse a su lado). ¡No me diga1 ¿Un secuestro?

BALBOA.- ¿Qué otra explicación puede haber? Pero no tenga miedo; viejo y todo, soy un caballero. ¡Que se atrevan esos rufianes!

(Se oye una voz por interfon)

VOZ.- Hola, Aquí el S-S-2. Misión cumplida. Sin complicaciones. No me ha seguido nadie.  Respondo. Gracias (Silencio)

BALBOA.- ¡Por fin! ¿Esta claro ahora? ¡Hemos caído en una mafia!

ISABEL.- ¡Hay que salir de esta cueva como sea!

BALBOA.- ¿Por donde? ¿No comprende que todas las puertas estarán tomadas?

ISABEL.-Puede haber una ventana. (Descorre la cortina del vestuario, asoma la cabeza y lanza un grito. El señor Balboa se tapa los ojos dramáticamente).

BALBOA.- ¡No me digas más! ¡Un ahorcado!

ISABEL.-Un ropero: disfraces, pelucas, mascaras...

BALBOA.-Lo que me imaginaba; una banda de impostores

ISABEL.- (corre de nuevo la cortina). ¿Y si llamáramos a la policía por teléfono?

BALBOA.- ¿Cree que son tontos? Ya habrán cortado el hilo.

ISABEL.- ¿Y si pidiéramos socorro a gritos? (Va a gritar. El la detiene bajando la voz)

BALBOA.- ¿Esta loca? Se nos echarían encima ahora mismo.

ISABEL.-Quizá una salida secreta... (Palpando). Tiene que haber algún botón por aquí.

BALBOA.- ¿Y si se equivoca de botón y saltamos hechos pedazos? (Se vuelven sobrecogidos oyendo un grito tirolés, voz en el interfon).

VOZ.- ¿Departamento de material? Anote rápido: para mañana al amanecer tres docenas de conejos. ¡Vivos, vivos y coleando! Ah, y necesito mas perros. Todos los que pueda: ocho perros, catorce perros, cincuenta perros hambrientos.

BALBOA.- Ni secta, ni logia, ni mafia. Pero entonces ¿qué?

ISABEL.- ¿No estaremos soñando?

BALBOA.- ¿Los dos al mismo tiempo? (enjugándose la frente, vencido). Yo no entiendo ya nada de nada. Si en este momento se abre esa puerta y entra Napoleón a decirme que hora es...ni frío ni calor.

ISABEL.- (obsesionada).- Napoleón...Napoleón...Nap... (Con una sospecha repentina se lleva la mano a los labios ahogando un grito). ¡Ya esta!

BALBOA.- ¿Qué esta?

ISABEL.- ¿Pero como no se me ocurrió antes? ¡Si no podía ser otra cosa!

BALBOA.- ¿Qué cosa? ¡Hable de una vez!

ISABEL.- (aferrándole de un brazo). -¿No ha oído contar el caso de aquel sanatorio donde un día se sublevaron todos los locos, ataron a los enfermeros y ocuparon sus puestos?

BALBOA.- (se levanta estremecido).- ¡No...!

ISABEL.- ¡Aquí lo tenemos otra vez! ¡Hemos caído en una pandilla de locos sueltos! (Se oye dentro una algarabía de perros aullando, una verdadera jauría): ¡Los perros!...¡¡Los cincuenta perros hambrientos!! (Corre aterrada. Golpea a gritos hasta caer sin fuerza de rodillas). ¡Socorro! ¡por compasión! ¡Los perros!... ¡Los perros!...!

(Entra Helena, Isabel retrocede instintivamente. La algarabía de perros va calmándose hasta desaparecer).

HELENA.- Pero, señorita ¿qué gritos son estos? ¿Ha ocurrido algo?

BALBOA.- ¿Y lo pregunta usted que es la organizadora de todo? ¡Paso, señora; apartése1

HELENA.- No comprendo

BALBOA.- ¡Demasiado comprende! Esta muchacha ha venido aquí engañada miserablemente; pero no esta sola. Tiene derecho a salir, y saldrá conmigo. ¡Apartase!

(Aparece el Director, que dice severamente, con una autoridad tranquila)

DIRECTOR.- ¿No ha oído, Helena? Deje libre el paso.

HELENA.- (se inclina respetuosa) El señor director. (Se aparta)

(Isabel y Balboa se vuelven mirando al Director que, contra lo que pudiera esperarse, es un hombre joven, sonriente, con una cordialidad llena de simpatía y una elegancia natural ligeramente bohemia. Su sola presencia calma la situación. Anticipadamente le llamaremos MAURICIO.)

MAURICIO.- Seguramente ha habido una confusión lamentable, y el señor tienen derecho a una explicación. (Avanza sonriente). Lo único que me apresuro a aclarar es que nada de lo que haya podido sospechar hasta ahora es la verdad. No esta entre secuestradores, rufianes ni locos. En cuanto a esta señorita no ha venido aquí engañada miserablemente, al contrario: esta en el camino de su salvación. (A ella). Pero si se ha arrepentido y prefiere seguir viviendo como hasta ayer, la puerta esta abierta. Usted decidirá.

(Pausa de vacilación. Balboa da un paso hacia la salida  y ofrece un brazo a Isabel)

BALBOA.- ¿Vamos?

ISABEL.- (que no ha apartado los ojos ni un momento de MAURICIO. Reacciona resuelta).- No. ¡Ahora necesito saber! (Avanza hacia el) ¿Por qué ha dicho “si prefiere seguir viviendo como hasta ayer”? ¿Quién es usted?

MAURICIO.- ¿Qué importa eso? No se trata de mi vida sino de la suya.

 (Isabel duda un momento mirándole fijamente. Se acerca a Balboa con una suplica).

ISABEL.- Déjenos solos

BALBOA.- ¿Aquí?   (Isabel asiente con la cabeza, sin miedo)

MAURICIO.- Acompañe al señor Helena. Y nada de secretos con el; dígale toda la verdad.   (Una leve inclinación al Director y sale con la secretaria)       ¿Tranquila ya?

ISABEL.-Tranquila

MAURICIO.- ¿De verdad no tiene miedo?

ISABEL.-No se lo que va  a decirme, pero siento que toda mi vida esta pendiente de esas palabras. ¡Hable, por favor!

MAURICIO.-Conteste primero. (Da un paso hacia ella). Señorita Quintana, ¿qué le ocurrió anoche?  Míreme a los ojos; no son los de un policía ni los de un juez. Confiese sin miedo. ¿Qué le ocurrió anoche?

ISABEL.-Estaba desesperada… Y sin embargo esperaba... Ya ni siquiera pedía que me quisieran; me hubiera bastado alguien a quien querer yo. Ayer, cuando perdí mi trabajo, me sentí de pronto tan fracasada, tan inútil. Quería pensar en algo y no podía;  solo una idea entupida me bailaba en la cabeza: “no vas a poder dormir..., no vas a poder dormir”. Fue entonces cuando se me ocurrió comprar el veronal.  Llegué al cuartucho del hotel y de repente sentí como una pedrada en los cristales y algo cayo dentro de la habitación. ... era un ramo de rosas rojas, y un papel con una sola palabra” ¡Mañana!” ¿Quién fue capaz de encontrar entre tantas palabras inútiles la única que podía salvarme? Lo único que sentí es que ya no podía morir esa noche sin saberlo. A la mañana siguiente, cuando me desperté... (Busca en su cartera).

MAURICIO.-Cuando se despertó había debajo de se puerta una tarjeta azul diciendo: “No pierda su fe en la vida. La esperamos”.

(Isabel lo mira desconcertada, con su tarjeta azul en la mano. Se levanta sin voz.)

ISABEL.- ¿Era usted?

MAURICIO.-Yo

ISABEL.- ¿Pero porque? Yo no lo conozco ni lo he visto nunca ¿Cómo pudo saber?

MAURICIO.- Tenemos una buena información, cuando supe que había perdido su trabajo y la vi caminar sin sentir la lluvia, comprendí que debía seguirla

ISABEL.-Yo no lo había pensado aun ¿Cómo adivino que lo iba a suceder?

MAURICIO.-El tubo de veronal ya era sospechoso, pero mucho mas al verla entrar en la pensión sin cerrar la puerta; cuando una mujer sola deja abierta su puerta es que ya no tiene miedo a nada.

ISABEL.- ¡Por lo que mas quiera, no se burle de mi!¿Quién es usted? ¿Y que casa esta donde todo parece al mismo tiempo tan natural y tan absurdo?

(MAURICIO la toma de la mano y la hace sentar)

MAURICIO.-Ahora mismo va a saberlo. Pero, por favor, no lo tome tan dramáticamente. Desde que el mundo es mundo en todos los países hay organizada una beneficencia publica. Unos tratan de revestirla de justicia, otros la aceptan como una necesidad, y algunos hasta la explotan como una industria. Pero hasta el Doctor Ariel nadie había pensado que pudiera ser un arte.

ISABEL.- (desilusionada).- ¿Y eso era todo? ¿Una institución de caridad? (se levanta digna). Muchas gracias, señor. No era una limosna  lo que yo esperaba

MAURICIO.-Calma, no se impaciente. No se trata del asilo y el pedazo de pan. Lo que estamos ensayando aquí es una beneficencia pública para el alma.

ISABEL.- (se detiene).- ¿Para el alma?

MAURICIO.-De los males del cuerpo ya hay muchos que se ocupan. Pero ¿quién ha pensado en los que se mueren sin un solo recuerdo hermoso?, ¿en los que no han visto realizado su sueño?

ISABEL.- Creo que esta hablando en serio, pero es tan extraño todo. Debe ser un trabajo bien difícil ¿Tiene éxito siempre?

MAURICIO.-Hemos tenido nuestros fracasos. Por ejemplo: una tarde desapareció un niño en un parque mientras la niñera hablaba con un sargento... Al día siguiente desaparecía otro y poco después otro, y otro,..¿Recuerda el terror que se apodero de toda la ciudad?

ISABEL.- ¿Era usted el ladrón de niños?

MAURICIO.-Naturalmente. Eso si, nunca estuvieron mejor atendidos que en esta casa.

ISABEL.-Pero, ¿qué es lo que se proponía?

MAURICIO.-Cosas del pedagogo. Realmente era una pena ver a aquellas criaturas siempre abandonadas a manos extrañas. ¿Dónde estaban los padres? Ellos en sus tertulias, ellas en sus fiestas sociales. Era lógico que al producirse el pánico  se aferraran desesperadamente a sus hijos, ¿verdad? ¡Desde mañana todos juntos al parque!

ISABEL.- ¿Y no resulto?

MAURICIO.-Todo al revés de cómo estaba calculado. El pánico se produjo, pero los padres siguieron en sus tertulias, las madres en sus fiestas ¡y los pobres chicos en su casa encerrados con llave! ¡Un fracaso total!

ISABEL.- ¡Que lastima, era una bonita idea!

MAURICIO.-No volverá a ocurrir: ya hemos expulsado al pedagogo y hemos tomado en su lugar a un ilusionista de circo. (Isabel sonríe ya entregada). Gracias

ISABEL.- ¿A mi? ¿Por qué?

MAURICIO.-Porque al fin la veo sonreír una vez. Y conste que lo hace maravillosamente bien. Usted acabara siendo de los nuestros.

ISABEL.-No creo. ¿Son ustedes muchos?

MAURICIO.-Siempre hace falta más. Sobre todo, mujeres.

ISABEL.- (mira entorno complacida)-Es increíble. Lo estoy viendo y no acaba de entrarme en la cabeza (Confidencial) ¿De verdad, de verdad, no están ustedes un poco...?

MAURICIO.- Dígalo, dígalo sin miedo; tal como va el mundo todos los que no somos imbéciles necesitamos estar un poco locos

ISABEL.-Lo que no me explico es porque tienen que esconderse, como si estuvieran haciendo algo ilegal.

MAURICIO.-Es que desdichadamente es así. No hay ninguna ley que autorice a robar niños. (Se le acerca íntimo) Ahora, píenselo. Aquí tiene una casa, unos buenos amigos, y un hermoso trabajo. ¿Quiere quedarse con nosotros?

ISABEL.-Se lo agradezco, pero ¿qué puedo hacer yo? ¡No sirvo para nada!

MAURICIO.-Primero crea que sirve, y luego servirá. Y no piense que hace falta grandes cosas; ya ha visto que, a veces, basta un simple ramo de rosas para salvar una vida. (Le tiende la mano)¿Compañeros?

ISABEL.- (resuelta).-compañeros.

MAURICIO.-Gracias. Estaba seguro ¿Helena? Ya puede venir. Y tráigame a ese señor

(Vuelve la secretaria con el señor Balboa)

HELENA.- ¿Todo resuelto?

MAURICIO.-Todo; la señorita se queda con nosotros. Déle la habitación sobre el jardín y preséntela a todos. Va a empezar mañana mismo.

HELENA.-A sus órdenes. Por aquí, señorita. (Isabel estrecha las manos del señor Balboa)

ISABEL.- Encantada, señor. ¡Ha sido un secuestro maravilloso!

(Isabel sale sin dejar de mirar a MAURICIO y sonreír. MAURICIO queda un momento con la mano en alto, detenido en el saludo. Parece que, contra sus teorías, la risa le ha inquietado extrañamente. Trata de hojear unas carpetas distraído, silbando entre dientes pero sus ojos vuelven a donde salió Isabel. El señor balboa tose  para llamar su atención, MAURICIO se vuelve bruscamente)

MAURICIO.-Oh, perdón, se me había olvidado. ¿Señor...?

BALBOA.- Balboa. Fernando Balboa

MAURICIO.-Supongo que la secretaria le ha puesto al corriente de todo ¿Esta tranquilo ya?

BALBOA.-Confieso que pase lo mío. Ahora, si no fuera lo que me trae aquí, casi me darían ganas de reír. Cuando el doctor Ariel me recomendó esta dirección vine sin grandes esperanzas. Pero después de lo que acabo de oír veo que tenía razón; si hay alguien capaz de salvarme; ese es usted.

MAURICIO.-Haremos lo que se pueda. Hábleme sin ninguna reserva. (Mientras el señor Balboa habla, MAURICIO toma alguna nota rápida)

BALBOA.-La historia viene de lejos pero cabe en pocos minutos. Imagínese una gran familia feliz donde la desgracia se ensaña de pronto hasta dejar solos  a los dos abuelos y un nieto. El miedo de perder aquello ultimo que nos quedaba nos hizo ser demasiado indulgentes con el. Esa fue nuestra única culpa. Amistades sospechosas, noches enteras fuera de casa, deudas de juego. Cuando quise imponer ya era tarde. Una madrugada volvió con los ojos turbios y una voz desconocida.  Le sorprendí forzando el cajón de mi escritorio. Me insulto, llego hasta levantar la mano contra mi. Y doliéndome en carne propia, yo mismo le cruce la cara y lo puse en la calle.

MAURICIO.- ¿No volvió?

BALBOA.-Nunca. Su única virtud era el orgullo. Cuando tratamos de encontrarlo, se había embarcado como polizón en un carguero que salía para Canadá. Hace de esto 20 años de remordimiento.

MAURICIO.- ¿Tuvo noticias de el?

BALBOA.-Ojalá las hubiera tenido. De la trampa de juego paso al contrabando y la estafa; de la pelea de barrio a los papeles falsos y la pistola de bolsillo. Un canalla profesional. Naturalmente, la abuela sigue sin saber nada de esto. Nunca me dijo una palabra de reproche, pero aquel silencio tenso de años era la peor de las acusaciones; como si yo fuera el culpable. Al fin, llego a sus manos una carta de Canadá.

MAURICIO.- (impaciente) ¿Pero en que estaba pensando?¿No pudo impedir que cayera en sus manos una carta así, que podía matarla?

BALBOA.-Al contrario; era la carta de la reconciliación. Mi nieto pedía perdón y llenaba tres páginas de hermosas promesas y de buenos recuerdos.

MAURICIO.-Disculpe; me había adelantado.

BALBOA.-No, ahora es cuando se esta adelantando. Aquella carta la había escrito yo mismo.

MAURICIO.- ¿usted?

BALBOA.- ¿Qué otra cosa podía hacer? La pobre vieja se iba muriendo en silencio día a día. Y con aquellas tres páginas volvió a mirar otra vez hacia el jardín

MAURICIO.-Muy bien. Un poco elemental pero eficaz (Anota) ¿Y después?

BALBOA.-Después no quedaba otro camino que seguir la farsa. La abuela contestaba feliz, y cada dos o tres meses, una nueva carta.

MAURICIO.-Comprendo, es la bola de nieve.

BALBOA.-Un día mi nieto se graduaba de la Universidad de Montreal; otro día, era un viaje en trineos y lagos; otro, abría su estudio de arquitecto. Después se enamoraba de una muchacha encantadora. Finalmente, por mucho que trate de prolongar el noviazgo, no tuve más remedio que casarlos. Y todo era poco; las mujeres siempre quieren mas, mas...Y ahora... (Le falta la voz emocionado)

MAURICIO.-Vamos, ánimo. Algo ha venido a trastornar sus planes ¿verdad?

BALBOA.-La semana pasada, al volver a casa, mi mujer salio a abrazarme loca de alegría, con un telegrama ¡Después de veinte años de ausencia su nieto anunciaba el regreso!

MAURICIO.-Disculpe, pero ahora si no entiendo ¿que diablos se proponía usted con ese cable absurdo?

BALBOA.-Yo, nada. Es que, de repente, la vida se metía en la farsa...Y el cable era verdadero.

MAURICIO.- ¿De su nieto?

BALBOA.-De mi nieto. Hace ocho días se embarco en el “Saturnia” 

MAURICIO.- (se levanta iluminado)... ¡No me diga mas! Hay que salvar la mentira cueste lo que cueste. ¡Yo no se lo que inventaremos, pero este tranquilo: su nieto no llegara! ¿No era eso lo que venia a pedirme?

BALBOA.-No

MAURICIO.- ¿Ah, no?

BALBOA.-Para impedir que llegue mi nieto ya no hace falta inventar nada.  El “Saturnia” se ha hundido en alta mar con todo el pasaje.

MAURICIO.- ¿Muerto?

BALBOA.-Muerto

MAURICIO.-Es triste, pero es una solución. ¿Lo sabe la abuela?

BALBOA.- (levantándose resuelto).- ¡Ni debe saberlo! He hecho desaparecer todos los diarios, he cortado el teléfono; si es preciso clavare puertas y ventanas. Pero esa noticia, ¡no! ¿Sabe usted lo que es esperar 20 años para vivir un solo día y cuando ese día llega encontrarlo también negro y vacío?

MAURICIO.-Lo siento, pero ¿qué puedo hacer yo

BALBOA.- ¿Pero es posible que no haya comprendido aun? ¿Qué importa ya el nieto de mi sangre? Al que hay que salvar es al otro, al de las cartas hermosas, al de la alegría y la fe... ¡el único verdadero para ella! Ese es el que tiene que llegar

MAURICIO.-(comprendiendo al fin) ¡Un momento! ¡No pretenderá que yo sea su nieto!

BALBOA.- ¿Y porque no? Cosas mas difíciles ha hecho.

MAURICIO.-Pero un hombre no es tan fácil de trucar como un fantasma.

BALBOA.-Afortunadamente nunca envió fotografías, y 20 años cambian completamente a un muchacho.

MAURICIO.- ¿Y el naufragio?

BALBOA.-Pudo perder ese barco y tomar otro. Puede llegar mañana mismo en avión.

MAURICIO.-Aunque así fuera. Supongamos que ya llegue, ya estoy en la casa, ya paso el primer abrazo. Y mañana, ¿qué? Yo puedo cruzar por una vida un momento, pero no puedo quedarme.

BALBOA.-Ni yo iba a pedirle tanto. Solo una semana, unos días..., ¡una noche siquiera! (Aferrándose a el, suplicante). ¡No me diga que no! ¡O todas sus teorías son mentira, o usted no puede negarle a esa mujer una sola hora feliz, que puede ser la ultima.

MAURICIO.-Calma, calma. No digo que si, pero tampoco he dicho todavía que no. Déjeme despejar un poco la cabeza. (Se desabrocha el cuello resoplando. Repasa sus notas. Finalmente mira a Balboa y sonríe volviendo a su tono jovial). ¡Y lo pero es que el asunto me gusta del alma!

BALBOA.- ¿Si?

MAURICIO.- ¡En buena nos hemos metido, amigo! Lo de la Universidad, pasa. Lo de los viajes con un poco de geografía, pasa. Pero estas complicaciones inútiles... ¿Por qué tenia que hacer arquitecto a su nieto? Yo no entiendo una palabra de matemáticas.

BALBOA.-No se preocupe, la abuela tampoco.

MAURICIO.-Y, sobre todo, ¿por qué demonios tenia que casarlo? En la farsa, como en la vida, se defiende  mucho mejor un soltero. ¿No podíamos inventarle un divorcio repentino?

BALBOA.-Peligroso. Sobre eso la abuela tiene ideas muy firmes

MAURICIO.- ¿Y si hiciera el viaje solo?

BALBOA.- ¿Con que disculpa?

MAURICIO.-Cualquiera...Complicaciones familiares

BALBOA.-La chica no tiene familia. Al padre, que era el último, lo mate el año pasado en un accidente de caza.

MAURICIO.-Podemos organizarle otro accidente a ella. Una enfermedad

BALBOA.- ¿Y el, tan enamorado, iba a dejarla sola?

MAURICIO.- Cuando yo digo que esa mujer nos va a traer de cabeza… ¿Rubia?

BALBOA...- Más bien pelirroja

MAURICIO.-Peor. pelirroja, enamorada, huérfana... (Da unos pasos pensativo. De pronto se fija en el abrigo que Isabel ha dejado sobre la silla. Se le iluminan los ojos). ¡Espere! (Se precipita al teléfono). ¿Helena? ¡Por favor, aquí las dos! ¡Rápido! (Vuelve). ¿Se ha fijado bien en esa muchacha que llego cuando usted? ¿Cree que podría servir?

BALBOA.- ¡Justa! ¡El tipo ideal! (Le abraza). ¡Gracias, señor, gracias...!

HELENA.- ¿Llamaba el señor director?

MAURICIO.- ¡Orden Urgente! Prepare un equipaje completo para la compañera; diez trajes de calle, seis de deporte y tres de noche. Unas fotos con fondos de nieve. Una rama de abeto. Y en los baúles: “Hotel Ontario, Halifax, Canadá”.

HELENA.- ¡COMO! ¿La señorita va a ir al Canadá?

MAURICIO.- ¡Al contrario: va a volver! Y nada de señorita. Señora: tengo el gusto de presentarle al abuelo de su esposo.  

TELON

 

ACTO SEGUNDO

 

En casa de ABUELA. Salón con terraza al fondo sobre el jardín. Todo aquí tiene el encanto esfumado de los viejos álbumes, y la cómoda cordialidad de las casas largamente vividas. Genoveva- mas que criada, amiga y confidente de la señora- dispone en la mesa los platos y cubiertos de una cena para dos. Felicia, doncella, entra con una cortina.  Es de noche. El jardín, en sombra.

 

GENOVEVA.- ¿Colgó las cortinas?

FELISA.- Son las que acabo de quitar. ¿No eran las antiguas las que quería la señora?

GENOVEVA.-Por eso le pregunto. ¿Puso las flores en la habitación?

FELISA.-Siete veces ya. Primero no eran bastante frescas, después que eran demasiado frescas; la señora, que rosas; el señor, que rama de pino; que el aroma es lo que importa; el, que las flores de noche son malsanas. Desde hace una semana no hay manera de entenderse en esta casa.

GENOVEVA.-Eso no es cuenta nuestra. Cuando la señora manda una cosa y el señor otra, se dice que si al señor y se obedece a la señora.

FELISA.- ¿Y las sábanas? ¿Dejo las de algodón o pongo las de hilo?

(Entra la Abuela. Es una vieja señora llena de vida nueva pero aferrada a sus encajes, a sus nobles terciopelos y a su bastón).

ABUELA.-Las de hilo, hija, las de hilo crudo. Las he bordado yo misma y es como poner sobre ellos algo de estas manos ¿Comprende?

FELISA.- Ahora, si. (Toma las sabanas de un respaldo y sale con ellas)

ABUELA.- Los platos así. No se enfriara el horno ¿verdad? He dejado a media lumbre la torta de nuez. Todavía le estoy oyendo, a gritos, cuando volvía del colegio: “¡Abuela, torta de nuez con miel de abejas!” ¿Por qué mueve la cabeza así?

GENOVEVA.-siempre como si fuera un muchacho. ¿Cree que un hombre que levanta casas de treinta pisos va a acordarse de cosas tan pequeñas?

ABUELA.- ¿No las recuerdo yo? Los mismos años han pasado para mi que para el.

GENOVEVA.-Un hombre no es un niño más grande, señora: es otra cosa. Si lo sabré yo que tengo tres perdidos por el mundo.

ABUELA.-(repentinamente alerta).- ¡Chist.., calle! ¿No oye un  coche? (Escuchan un momento las dos)

GENOVEVA.-Es un poco de viento en el jardín. (La Abuela se sienta respirando hondo, con la mano en el pecho).Cuidado con esos nervios, señora.

ABUELA.-Hay que ser fuerte para una alegría. Un poco de agua, por favor.

GENOVEVA.-¿Quiere tomar otra pastilla?

ABUELA.-Basta ya de remedio; el único verdadero es el que va a llegar. ¿Qué hora es?

GENOVEVA.-Temprano todavía.

ABUELA.-(Suspira) ¿Cómo será ella?

GENOVEVA.- ¿Quién?

ABUELA.-¿Quién va ser? Isabel, su mujer.

GENOVEVA.- ¿Celos...?

ABUELA.-Quizás un poco. Uno los cuida, los va viendo crecer, y de repente una desconocida, nada más que porque si, viene con sus manos lavaditas y se lo lleva entero. Ojala que, por lo menos, sea digna de el. (Se levanta repentinamente) ¡Y ahora! ¿Oye ahora...?

GENOVEVA.Ahora, si!

(La luz de los faros ilumina un momento el jardín. Dos bocinazos fuera llamando).

FELISA.- Señora, señora... ¡Ya están ahí!

ABUELA.- ¡Salga a abrir, Felisa! ¡Pronto! (Detiene a Genoveva). Usted, no. Aquí, conmigo. Se que voy a ser fuerte, pero por si acaso.

(Campañilla la doncella sale rápida. Se oye la voz de MAURICIO gritando alegremente).

MAURICIO.Abuela!¡Abran o salto por la ventana! ¡Abuela...! (La campanilla insiste impaciente)

ABUELA.- ¿Lo esta oyendoEl mismo loco de siempre!

(Entra primero Mauricio, que se detiene un momento en el umbral. Después el señor Balboa e Isabel, con equipajes de mano; y finalmente la doncella con algunas maletas, que deja volviendo a buscar el resto).

ABUELA.Mauricio...!  (Se estrechan fuertemente. La Abuela lo besa, lo mira entre risa y llanto, vuelve a abrazarlo)   Déjame que te vea. Mis ojos ya no me ayudan mucho, pero recuerdan. (Le contempla largamente). ¡Que cambiado esta mi muchachote!

MAURICIO.-Son veinte años, abuela.

ABUELA.-¡Que importa ya!. A ver... Un poco más claros los cabellos. La voz más hecha, más profunda. Y sobre todo, otros ojos..., tan distintos...pero con la misma alegría...

(El señor balboa, que ha permanecido inmóvil junto a Isabel, se adelanta)

BALBOA.-Un momento. Eugenia. Mauricio no viene solo. Ni mal acompañado

ABUELA.- ¡Oh...perdón!

ISABEL. (Avanza tímida). Señora...

ABUELA.-Así no; en los brazos. No te extrañara que te hable de tu desde ahora mismo, ¿verdad?

ISABEL.- Se lo agradezco.   (La Abuela la contempla intensamente).

MAURICIO.- (Avanza sonriente hacia Genoveva tendiéndole la mano). Su pongo que esta es la famosa Genoveva.

BALBOA.- La misma.

GENOVEVA.- ¿Conocía mi nombre el señor?

MAURICIO.- La abuela me escribía siempre todo lo bueno de esta casa; y entre lo bueno no podía faltar usted. 

GENOVEVA.- muchas gracias, señor. (Sale con el equipaje con  Felisa).

MAURICIO.- La casa otra vez..., ¡por fin! Y todo como entonces. (Suspira)

ABUELA –Ven Isabel, voy a mostrarte tu cuarto. Y a ver si no me das la razón.

ISABEL– ¿En que, abuela?

ABUELA. –Una discusión con el viejo. Imagínate que se había empeñado en poner dos camas gemelas; que si por los tiempos, que si patatín, que si patatán. Pero nosotras a la antigua, ¿verdad, hija? ¡Como Dios manda!

ISABEL.- (sobresaltada). – ¿A la antigua?

BALBOA (rápido, en voz baja). –Hay al lado otra habitación comunicada. Esté tranquila.

ABUELA.- – ¿No me contestas, Isabel?

ISABEL. –Si, abuela; como manda Dios. Vamos.

(Sale erguida del brazo de Isabel. Balboa y Mauricio, al quedarse, respiran como quien ha salido de un trance difícil).

MAURICIO. – ¿Qué tal?

BALBOA. –Asombro. ¡Que energía y que fuego! ¡Es otra…, otra! (Le estrecha las manos). Gracias con toda el alma. Nunca podré pagarle lo que está haciendo en esta casa.

MAURICIO. –Por mi parte, encantado. En el fondo soy un arista, y no hay nada que me entusiasme tanto como vencer una dificultad. Lo único que siento es que a partir de ahora toda va a ser demasiado fácil.

BALBOA. – ¿Cree que lo peor lo hemos pasado ya?

MAURICIO. –Seguro. Lo peligroso era el primer encuentro. Si en aquel abrazo me falla la emoción y la dejo mirar tranquila, estamos perdidos. Por eso la apreté hasta hacerla llorar; unos ojos turbios de lágrimas y veinte años de distancia, ayudan mucho.

BALBOA. –De usted no me extraña; tiene la costumbre y la sangre fría del artista. Pero la muchacha, una principiante, se ha portado maravillosamente.

MAURICIO. –Demasiado natural; eso es lo malo. Con las mujeres nunca se sabe. Le prepara usted la escena mejor calculada, y de pronto, cuando llega el momento, mezclan el corazón con el oficio y lo echan toda a perder.

BALBOA. –Comprendo,… Puede traicionarse sin querer.

MAURICIO. – ¡Y con esa memoria de la abuela! Cuanto menos las dejemos solas mejor.

BALBOA. – ¿Y que piensa hacer  ahora?

MAURICIO. –Lo natural en estos casos: la velada familiar, los recuerdos íntimos, los viajes…

BALBOA (bajando la voz). – ¿No se le habrá olvidado ningún dato?

MAURICIO. –Pierda cuidado; donde falle la geografía está la imaginación. Procure usted que la velada no sea muy larga, por si acaso. Y pasada esta primera noche, ya no hay peligro.

BALBOA.- (sintiendo llegar). –Silencio. (Aparece la Abuela) ¿Sola?

ABUELA. –No le hago ninguna falta; conoce la casa mejor que yo.

MAURICIO. – ¿Qué tal la pequeña enemiga?

ABUELA. –Deliciosa de verdad. Sabe elegir ¿eh? Dos cosas tiene que me encantan.

MAURICIO– ¿Dos nada más?

ABUELA. –La primera esa manera natural de hablar el español. ¿No era inglesa la familia?

MAURICIO. –Te diré; los padres, sí, eran ingleses; pero el abuelo… un abuelo, era español.

BALBOA (apresurándose a aceptar la justificación). –Claro, así se explica: el idioma de la infancia, el de los cuentos…

ABUELA. –Que infancia ni que cuentos. Para una mujer enamorada el verdadero idioma es siempre el del marido. Eso es lo que a mí me gusta.

MAURICIO. –Bien dicho ¿Y la otra cosa?

ABUELA. –La otra, ni tú mismo te habrás dado cuenta. Es algo que tienen muy pocas mujeres: tiene la mirada más linda que los ojos. ¿Te habrás fijado?

MAURICIO (que ni los sospechaba). –Ya decía yo que le notaba algo… pero no sabía qué.

ABUELA–Pues ya sabes qué. Ahora aprende a conocer lo tuyo

GENOVEVA (entrando con una bandeja) .–Un poquito tostadas, pero oliendo a bueno.

MAURICIO (a Isabel, que aparece con un nuevo vestido). – ¡Pronto, Isa! ¡Han llegado las tortas de nuez con miel de abeja!

ABUELA. –La primera para ti.

ISABEL. – ¡Con lo que Mauricio me había hablado y las ganas que tenía yo de probarlas! (prueba la que le tiende la Abuela).

BALBOA. – ¿Te gustan?

ISABEL. –Sabrosas de verdad.

MAURICIO. –Despacio, se te van a atragantar.

ABUELA. –con un vinillo alegre entran mejor.

BALBOA. –Hay un Rioja claro y un buen Borgoña viejo.

MAURICIO. –De eso ya estamos cansados. ¿No hay de aquel que se hacía en casa con mosto de pasas y cáscaras de naranja?

GENOVEVA. – ¿El dulce?

ABUELA (feliz). – ¡El mío, Genoveva, el mío…! (Genoveva lo busca en el aparador y lo sirve). No es un vino de verdad; es un licor para mujeres, pero enredador como un diablo pequeño. Verás, verás.

BALBOA. – ¿Vas a beber tú?

ABUELA. –Esta noche sí, pase lo que pase. Y no te enojes porque va a ser igual. (A Isabel). Salud. (Beben).   ¿Que tal?

ISABEL. –Travieso; un verdadero diablo pequeño. Tiene que darme la receta, ¿o es un secreto de familia?

ABUELA. –Para ti ya no puede haber secretos en esta casa.

BALBOA (a Genoveva). –Retírese a descansar. Gracias.

ABUELA. – (Haciendo el ademán) Ya comienza a hacer frío

MAURICIO. – ¿Qué saben aquí lo que es el frío?

ABUELA. – ¡Háblame de Canadá, Mauricio!

MAURICIO. – ¿La excursión a los grandes lagos? ¡Algo de cuento! ¡Imagínate un trineo tirado por catorce perros con cascabeles; ahí los rebaños de ciervos; allá, los bosques de abetos como una Navidad sin fin… y al fondo el mar dulce de los cinco lagos, con las montañas altísimas metiendo la cresta de nieve en el cielo!

ABUELA. – ¡Como! ¿Pero hay montañas en la región de los lagos?        (El abuelo tose)

ISABEL.- Mauricio es un optimista y a cualquier cosa llama montañas. Una vez vimos un gato montés subido a un árbol y estuvo una semana hablando del tigre y la selva.

MAURICIO.Quise decir colinas. En Nueva Escocia, como es tan llano, cualquier colina parece una montaña.

ABUELA. –Pero Nueva Escocia está al este. ¿Qué tiene que ver con los cinco lagos que están a la otra punta?

BALBOA (tose nuevamente cortando el tema). – ¿Otra copita?

MAURICIO. –Sí, gracias.

ABUELA. –A mí también; la última.

BALBOA (sirviendo). – ¿Y que tal tus negocios?

MAURICIO. – ¿Cuáles?

ISABEL. – ¿Cuáles va a ser? Las casas, los grandes hoteles.

ABUELA. – ¿Has hecho alguna iglesia?

MAURICIO. –No arquitectura civil nada más.

ABUELA. – ¡Que lastima! Me hubiera gustado verte a ti resolver aquel problema de las catedrales góticas; un tercio de piedra, dos tercios de cristal. ¡El trabajo que me dio a mi aquello!

MAURICIO (inquieto). – ¿También has estudiado arquitectura?

ABUELA. –No entendía una palabra, pero era una manera de acompañarte desde lejos, cuando los exámenes ¿Querrás creer que todavía recuerdo algunas fórmulas? “La cúpula esférica, suspendida entre cuatro triángulos curvos, debe tener el diámetro igual a la diagonal del cuadrado del plano” ¿Qué? ¿Porqué me miras con esa cara? ¿No es así?

MAURICIO.- (al abuelo) ¿Es así?

BALBOA (ríe nervioso). – ¡Que bromista! Y me lo preguntas a mí ¿Otra copita, Mauricio?

MAURICIO. – ¡Un vaso, por favor!

ABUELA. – ¡Bien dicho! A mi también.

BALBOA. –Tú, no; que se le suba a la cabeza a tu nieto, pasa; pero con este vino casero, cuidado.

ABUELA (graciosamente alegre, sin perder dignidad). –La última de verdad, Fernando, Fernandino…, un dedito así nomás…,  (Poniéndolo vertical poco a poco. Al ver lo que le sirve). ¡Tacaño!

MAURICIO. –De manera que la cúpula esférica suspendida entre cuatro triángulos curvos… ¡Eres formidable, abuela!

ABUELA. –Y si un día estudiaras medicina, yo venga microbios. Y si estudias astronomía, yo con un gorro de punta y un telescopio así. Pero no; tu oficio es el mejor de todos: los hombres a hacer casas; las mujeres a llenarlas… (Levanta su copa). ¡Y viva la arquitectura civil!

ISABEL. –Vamos, abuela; han sido demasiados nervios, y hay que descansar.

ABUELA. – ¿Esta noche? ¿Dormir yo esta noche después de veinte años esperándola? ¡Esta noche no me lleva a mí a la cama ni la guardia montada del Canadá! (bebe).

BALBOA. –Eugenia, por tu bien…

ABUELA. – ¡Y ahora, música, Isabel! Las ganas que tenía yo de oírte cantar aquella balada irlandesa: “My heart is waiting for you”.

ISABEL.–¿Qué?

ABUELA. – ¿No se dice así en ingles?

ISABEL (aterrada). –Oh, yes…, yes

ABUELA. – Es la canción que más te gusta. La misma que tú estabas cantando el día que te conoció Mauricio, ¿no te acuerdas?

ISABEL (con mayor soltura). – ¡Oh, yes!

BALBOA. –No seas loca, ¡música a estas horas!

MAURICIO (rápido a Isabel, tomándola de un brazo). – ¿Sabes esa canción?

ISABEL. – ¡ni la de pollito, chicken!

MAURICIO. – ¡Que espanto! Esta noche no, abuela; Isabel está rendida del viaje.

ABUELA. – ¿Y por qué no ahora?

MAURICIO. –Serán supersticiones, pero siempre que Isabel canta esa balada, ha ocurrido algo malo. (En ese momento, se oye el cristal de una copa que se rompe, Isabel, que se ha acercado a la mesa, de espaldas al público, da un grito y retira la mano). ¿No te dije? ¿Qué ha sido?

ISABEL. –Nada…, el cristal…

ABUELA. – ¿Te has herido la mano?

ISABEL–No tiene importancia; un arañazo apenas.

BALBOA. –Pronto: alcohol, una venda…

ABUELA. –Deja; con el licor y el pañuelo es lo mismo. (Empapa su pañuelo con el licor y le venda la mano). Así…, pobre hija; ¿te duele?

ISABEL. –Les juro que no es nada.  Mañana seguiremos.

ABUELA. – ¡Mañana! Con lo largas que son las noches. Que descanses, Mauricio. Hasta mañana, hija. (La abraza).

BALBOA (a Mauricio). –Si tienes costumbre de leer antes de dormir ya sabes dónde está la biblioteca. ¿Quieres algún libro?

MAURICIO. – ¡Un tratado de arquitectura y un atlas del Canadá!

ABUELA. – ¿Vamos, Fernando? Mañana, la balada irlandesa, ¿eh?

(Sale con el abuelo riendo feliz. Al quedarse solos, Mauricio resopla desabrochándose el cuello. Isabel se deja caer agotada en el sillón).

MAURICIO–Vaya, por fin salimos del paso.

ISABEL. –Ojalá terminara todo aquí. Yo no he sentido una angustia más grande en mi vida; como estos equilibristas que andan descalzos entre cuchillos.

MAURICIO. –Realmente la señora es peligrosa. ¡Tiene una memoria inexorable!

ISABEL. –Son años y años de no pensar en otra cosa. ¿Qué sería de esa pobre mujer si de pronto descubriera la verdad?

MAURICIO. –De nosotros depende. Nos hemos metido en este callejón y ya es tarde para volverse atrás.

ISABEL. – ¿Y mañana esta farsa otra vez? ¿Y hasta cuando?

MAURICIO. –Solamente unos días. Después, un falso cable llamándonos urgentemente, y ahí queda el recuerdo para siempre.

ISABEL. – ¿Porqué me encargó esto a mí? ¡No puedo, Mauricio, no puedo!

MAURICIO. – ¿Tanto miedo tiene?

ISABEL. –Por ella. Será hermoso lo que estamos haciendo, pero al verla entregada como una niña feliz, tuve que hacer un esfuerzo para no gritar la verdad y pedirle perdón. Es un juego demasiado cruel.

MAURICIO. –Lo que yo me temía: el corazón metiéndose en la comedia. Así no iremos a ninguna parte.

ISABEL. –He hecho todo lo que pude. ¿No me he portado bien?

MAURICIO. –Al principio, sí; aquella timidez de la llegada, muy bien. Pero, después…

El arte no se hace aquí, señorita. (El corazón). Se hace aquí, aquí. (La frente).

ISABEL. – ¿Usted no se emocionó ni un momento?

MAURICIO. –La emoción verdadera nunca es artística. Por ejemplo: ¿te fijaste con que ilusión me comí la torta de nuez con miel? Pues si hay dos cosas que yo no puedo aguantar son la miel y las nueces. Esto es lo que yo llamo una conciencia artística. (Dando por hecho que no). ¿A ti te gustaron?

ISABEL. – ¡Deliciosas!

MAURICIO. –Es tu opinión Isabel.

ISABEL. – ¿Porqué me sigue llamando Isabel si nadie nos oye? Mi nombre es Marta.

MAURICIO. –Aquí no. Estamos viviendo otra vida y hay que olvidar completamente la nuestra. Nada de confusiones.

ISABEL. –Está bien. Dígame las faltas de esta noche para corregirlas.

MAURICIO. –Por lo pronto: no me trates nunca de usted. Recuerda que soy tu marido.

ISABEL. –Pero estando solos…

MAURICIO. –Ni estando solos; hay que acostumbrarse.

ISABEL. –Y lo del idioma, ¿Cómo lo arreglamos?

MAURICIO. – ¿Qué idioma?

ISABEL. –El mío, el ingles. La abuela ya has visto que lo sabe. Y yo, por muy básico que sea, no pretenderás que me lo estudié en una noche.

MAURICIO. –Habrá que hacer un esfuerzo. Hoy el ingles se ha convertido en un idioma tan importante que hasta los norteamericanos van a tener que aprenderlo.

ISABEL. –Oh, yes, yes.

MAURICIO. – ¿Te estás burlando?

ISABEL. – ¿Del maestro? Sería una falta de respeto imperdonable. (Va a salir).

MAURICIO. –Un momento. Hasta ahora sólo te he corregido los errores; pero no sería justo si no elogiara también los aciertos.

ISABEL. – ¿He tenido algún acierto? Menos mal.

MAURICIO. –Uno sobre todo: el truco para no cantar.

ISABEL. –Ah, lo de la mano herida. ¿Estuvo bien?

MAURICIO. –Ni yo mismo lo hubiera hecho mejor. ¿Con que te pintaste el rojo de la sangre? ¿Con la barra de los labios?

ISABEL. –Con la barra de los labios.

MAURICIO. –Me lo imaginé en seguida. ¡Felicitaciones! (Le estrecha la mano. Isabel reprime una queja retirando la mano. Mauricio la mira sorprendido). ¿Qué te pasa?

ISABEL. –Nada…, los nervios. (Va a salir, Mauricio la detiene imperativo y le arranca el pañuelo).

MAURICIO. – ¡Espera! ¿Pero te has clavado el cristal de verdad?

ISABEL. –No se me ocurrió otra cosa. Una mentira hay que inventarla; en cambio la verdad es tan fácil. Buenas noches. (Vuelve a ponerse el pañuelo y comienza a salir)

MAURICIO. – ¿No te ofende si te digo una cosa?

ISABEL. –Dime

MAURICIO. –Tienes demasiado corazón. Nunca serás una verdadera artista.

ISABEL. –Gracias. Es lo mejor que me has dicho esta noche. (Va a seguir. Se vuelve) Buenas noches, Mauricio.

MAURICIO. –Hasta mañana… Marta-Isabel.

(Queda apoyado  mirándola salir).

 

ACTO TERCERO

Primer cuadro

 

En el mismo lugar, unos días después. Tarde. La escena, sola. Llamada al teléfono, y a poco acude la doncella. MAURICIO entra.

 

FELISA. – ¡Hola! ¿Cómo? Pero no, señorita, ha marcado mal otra vez. De nada.

MAURICIO. – ¿Quién era?

FELISA. –Número equivocado. Ya van tres veces que llama la misma voz y preguntando por la misma dirección.

MAURICIO. –Habrá un cruce en la línea. ¿Por quién preguntaba?

FELISA. –Avenida de los Aromos, dos, cuatro, ocho. ¡Imagínese, al otro extremo! (Mauricio toma una manzana del frutero, la limpia con la manga y la muerde). ¿Necesita algo el señor?

MAURICIO. –Nada, gracias.

(Mauricio espera a que salga y luego acude al teléfono. Habla mientras come su manzana)

¡Hola! ¿Helena? Sí, claro que comprendí. ¿Alguna novedad? ¡Aja!. Por aquí, esplendido; salvo la primera noche, que hubo sus tropiezos. La abuela, un encanto; si uno pudiera elegir yo no elegiría otra. ¿Quién, Isabel? Feliz y progresando día por día; va a ser una colaboradora excelente. Por ella, aquí nos quedaríamos toda la vida, pero ha llegado la hora de echar este telón. Prepárame un cable del Canadá con el siguiente texto: ¡Aprobado oficialmente proyecto casas baratas barriada obrera urge presencia inmediata”. Firma… Hamilton. Repita. De acuerdo. Hágamelo llegar mañana temprano. Y para la tarde dos falsos pasajes de avión. Nada más. Gracias. Hasta mañana.

(Cuelga y sale hacia el jardín silbando una canción. Entra la Abuela, nerviosa, seguida por Genoveva).

ABUELA. –No, no, Genoveva, no puede ser; por más vueltas que le doy no acaba de entrarme en la cabeza. ¿Está usted segura?

GENOVEVA. –Tampoco yo quería creerlo; pero cuando le digo que lo he visto con mis propios ojos.

ABUELA. – ¿Porqué no me avisó antes?

GENOVEVA. –La verdad, no me atreví; son cosas tan delicadas. Si la señora no me hubiera acorralado a preguntas, nunca habría dicho una palabra.

ABUELA. –Mal hecho; hay que poner eso en clara de una vez, y cuanto antes mejor.

GENOVEVA. – ¿Y sí fuera yo la que está equivocada?

ABUELA. –No sería usted sola. También yo he ido atando cabos todos estos días, y por todas partes salimos a lo mismo. Ya me decía el corazón que algo extraño había aquí.

GENOVEVA. – ¿La señora sospechaba también?

ABUELA. –Desde la primera  noche: una mirada aquí, una palabra  suelta allá… Pero cualquier cosa podía imaginar menos esto. ¿Dónde está Isabel?

GENOVEVA. – ¿Va a hablarle?

ABUELA. –Y ahora mismo. ¿Le parece que soy mujer para andar espiando  la verdad por detrás de las puertas? ¿Dónde está Isabel?

GENOVEVA. –Regando las hortensias.

ABUELA. –Llámela.

GENOVEVA. – Por favor, señora, píenselo…

ABUELA. – ¡Que la llame, digo! (Genoveva se asoma al jardín llamando).

GENOVEVA. – ¡Isabel…! ¡Niña Isabel…! Ya viene.

ABUELA. –Déjenos solas.

(Sale Genoveva. Llega Isabel con un brazado de hortensias).

ISABEL. – ¿Me llamaba?

ABUELA. –Acércate. Mírame sin vacilar. ¿Qué me andas ocultando todos estos días?

ISABEL– ¿Yo?

ABUELA. –Los dos.

ISABEL. – ¡Abuela!

ABUELA. –Sin desviar los ojos. ¡Contesta!

ISABEL. –No la entiendo.

ABUELA. –De sobra me entiendes, y es inútil seguir fingiendo. Comprendo que es una confesión demasiado íntima, quizás dolorosa, pero no estoy hablando como un abuela a una nieta. De mujer a mujer, Isabel, ¿qué pasa entre Mauricio y tú?

ISABEL. –Por lo que más quiera, ¿qué es lo que está sospechando?

ABUELA. –No son sospechas, hija; es la realidad. Esta mañana, cuando Genoveva subió el desayuno, tú estabas durmiendo en la habitación de al lado. ¿Puedes explicarme qué significa eso?

ISABEL (aliviada). – ¿Lo de las habitaciones…? ¿Y eso era todo? (Ríe nerviosa).

ABUELA. –No veo que tenga ninguna gracia; al contrario. Esa misma risa nerviosa, ¿no quiere decir nada?

ISABEL. –Nada. Es que me hablaba usted en un tono… como si hubiera descubierto algo terrible.

ABUELA. – ¿Te parece poco? un matrimonio que duerme separado puede significar un amor terminado.

ISABEL. – ¡Pero no, abuela! ¿Cómo puede ni pensarlo siquiera?

ABUELA. – ¿No tendría motivos?

ISABEL. –Ninguno. Lo que pasa es que por la ventana del jardín entran mosquitos. Mauricio no puede resistirlos.

ABUELA. – ¿Y tú, sí? ¿Qué matrimonio es este que se deja separar por un mosquito?

ISABEL. –No era uno, ni dos, ni tres. ¡Era una plaga!

ABUELA. – ¡Ni aún así! Cuando yo tenía tu edad no me hubiera separado de mi marido ni las diez plagas de Egipto. Tienes que prometerme que no volverá a ocurrir.

ISABEL. –Pierda cuidado. ¿Pero qué importancia tiene una separación de momento?

ABUELA. –No es un momento lo que me preocupa, son todos los minutos de toda la vida. Cuando se llega a mi edad ya no hay más felicidad posible que presenciar la de los otros; y sería muy triste que por verme feliz a mí estuvieran fingiendo algo que no sienten.

ISABEL. – ¿Ha llegado a pensar que  Mauricio y yo no nos queremos?

ABUELA. –Delante de mí, demasiado; pero después... Ayer, cuando tomabas el té en el jardín, yo estaba en la ventana. Ni una mirada, ni una palabra entre los dos; él pensaba en sus cosas, tú revolviendo tu té con los ojos bajos. Cuando fuiste a tomarlo, ya estaba frío.

ISABEL. –Un silencio no quiere decir nada. Hay tantas maneras de estar juntos un hombre y una  mujer.

ABUELA. – ¿Podrías jurarme, con la mano en el corazón, que eres completamente feliz?

ISABEL. – ¿Porqué me lo pregunta?

ABUELA. –No sé... Hay algo raro entre ustedes. Te noto acobardada delante de él, como si él fuera el que manda. Y en el verdadero amor no manda nadie; obedecen los dos.

ISABEL. – ¡Mauricio es tan superior a mí en todo! No necesita mandar para que yo sea feliz obedeciendo.

ABUELA. – ¿Tan loca estás hija?

ISABEL. –Si la locura es eso, bendita sea la locura. Benditos los ojos que me miran aunque no me vean. Bendita su mano en mi cintura aunque no sea más que un sueño. Escuche, abuela... (Se arrodilla a su lado). El otro día me preguntaba usted por qué no quería hablar otro idioma que el de Mauricio. ¿Comprende ahora porqué? Un idioma no son las palabras, son las cosas, es la vida misma. ¡Que importa ahora que no me mire si él me llena los ojos! Si no hace falta que nos quieran..,  ¡si basta querer para ser feliz, abuela!

ABUELA. –Hace un momento tenía la preocupación de que no lo querías bastante y ahora casi me da miedo verte quererlo tanto. Pero de esto ni una palabra a él, ¿lo oyes?

MAURICIO. – ¿Confidencias de suegra y nuera? Malo para el marido.

ABUELA. – ¿Porqué supones que estamos hablando de ti? ¿No hay otras cosas de qué hablar en el mundo?

MAURICIO. – Desde luego, y mucho más importantes. ¿Puedo saber cuáles?

ISABEL. –No vale la pena; cosas de mujeres.

MAURICIO. –Me lo imaginé. Hablando de trapos; seguro.

ABUELA. –Seguro. Dios te conserve el olfato, hijo. A los hombres tan inteligentes como tú no les vendría mal de vez en cuando bajar de las nubes... (Mirando a Isabel) Toma, hijo; por si te hace  falta.

MAURICIO. – ¿Qué es esto?

ABUELA. – Contra los mosquitos. (Sale)

MAURICIO. – ¿Qué mosquitos?

ISABEL. –Unos que he tenido que inventar. Esta mañana Genoveva te encontró durmiendo en la habitación de huéspedes.

MAURICIO.-! Tenía que ser! El único día que se me olvido echar la llave.

ISABEL. –No te preocupes que ya está arreglado.

MAURICIO. – ¿Seguro? ¿No habrás sospechado nada?

ISABEL. –Nada

MAURICIO. –Afortunadamente ya queda poco. Mañana temprano recibiremos un cable de Canadá, y por la tarde dos pasajes de avión.

ISABEL (se estremece). – ¡No...! ¿Quieres decir que nos vamos ya?

MAURICIO. –Se acabaron los sobresaltos y esa especie de remordimiento que no te dejaba dormir. Misión cumplida. ¿No estas contenta?

ISABEL. –Mucho..., muy contenta.

MAURICIO. –Con esa cara nadie lo diría.

ISABEL.-.Así, de pronto, duele un poco...

MAURICIO. –No pensarías que íbamos a quedarnos toda la vida. Tú misma me has dicho muchas veces era una farsa cruel, superior a tus fuerzas.

ISABEL. –Así era al principio. Sólo yo sé lo que me costó entrar en esto; veremos ahora lo que me cuesta salir. ¿Mañana?

MAURICIO. –Mañana.

ISABEL. – ¿No podrías esperar un poco más, un día siquiera?

MAURICIO. – ¿Para qué? Todo lo que podía hacerse por esa mujer está hecho ya.

ISABEL. –No es por ella, ahora es por mí. Necesito acostumbrarme a la idea.

MAURICIO. –Cada vez te entiendo menos.

ISABEL. –Me da miedo eso que tú llamarías la gran escena final.

MAURICIO. – ¿La despedida? Es la más fácil de todas: un pequeño temblor al hacer los baúles, largas miradas a la casa como si fueras acariciando uno por uno todos los rincones... Ni siquiera es necesario hablar. ¿Por qué me miras así?

ISABEL. – Dime, Mauricio ¿De qué color son los ojos de las sirenas?

MAURICIO. –Verde mar.

ISABEL. – ¿De qué color son los míos?

MAURICIO. – ¿Los tuyos...? (Duda. Se acerca a mirar. Ella entorna los párpados. Sonríe desconcertado.) No  lo tomes a mal. Parecerá una desatención, pero te juro que en este momento tampoco sabría decirte cómo son los míos.

ISABEL. –Pardos, tirando a avellana. Con una chispita de oro cuando ríes. Con una niebla gris cuando hablas y estás pensando en otra cosa.

(Sale al jardín. Ha ido oscureciendo. Fuera, las sombras largas de la tarde. Mauricio enciende pensativo un cigarrillo. Se oye la campanilla de la calle, y a poco la Doncella cruza a abrir. El señor Balboa viene de sus habitaciones, con un libro en la mano.)

BALBOA. – ¿No era éste el libro que andabas buscando? “Los últimos descubrimientos de la arqueología”.

MAURICIO. –No tiene interés. He hecho yo uno más sensacional.

BALBOA. – ¡Tú! ¿Cuándo?

MAURICIO. –Ahora mismo. Después de largas excavaciones, acabo de descubrir que soy un perfecto imbécil. (Tira el cigarrillo que acaba de encender y sale al jardín llamando.) ¡Isabel...!

FELISA. –Es una visita para el señor.

BALBOA. – ¡A estas horas! No espero a nadie, ni estoy para nadie.

(La Doncella va a obedecer. El Otro aparece en el umbral.)

OTRO. –Para mí, sí. He hecho un viaje demasiado largo para que se me cierre esta puerta.

BALBOA. – ¿Con qué derecho entra así en mi casa? Déjenos, Felisa. (La Doncella sale.) ¿Quién es usted?

OTRO.- (avanza unos pasos. Tira el sombrero sobre el sillón). – ¿Tanto he cambiado en estos veinte años?

BALBOA.- (inmóvil, sin voz). – ¡Maurici...!

OTRO. –No veo que sea para asombrarse así, como si fuera un fantasma. ¿No recibiste mi cable anunciando el viaje?

BALBOA. –No es posible... El “Saturnia” se hundió en alta mar con todo el pasaje.

OTRO. –Y tú te alegraste al saberlo, ¿verdad? Pero ya ves que no; cuando se lleva una vida como la mía nunca se viaja en el barco que se anuncia; ni con el nombre propio. ¡La policía suele ser tan curiosa!

BALBOA. –Basta, Mauricio. ¿A qué vienes?

OTRO. – ¿Y necesitas preguntarlo? Por lo menos no supondrás que vengo a ponerme de rodillas y a llorar sobre mis pecados.

BALBOA. –No; te conozco bien. He seguido toda tu vida y sé lo que puede esperarse de ti.

OTRO. – Me alegro; así se ahorran muchas explicaciones enojosas. Sobre todo para ti.

BALBOA. –De una vez, por favor, ¿qué es lo que vienes a buscar?

OTRO. –Si fuera a reclamar mis derechos; todo lo que tú me quitaste en una noche: una vida regalada, una buena mesa, una familia honorable.

BALBOA. – ¡No habrás pensado quedarte a vivir aquí!

OTRO. –No, eso que tú llamas el hogar no se ha hecho para mí, y sería demasiado incómodo para los dos.

BALBOA. – ¿Qué pretendes entonces?

OTRO. – Te he dicho primero todo lo que podría exigir. Pero soy razonable y voy a conformarme sólo con una parte. En una palabra, abuelo, necesito dinero.

BALBOA. – No podía ser otra cosa. ¿Cuánto?

OTRO. – Ahí está lo malo, que por mucho que lo sienta no puedo hacerte un precio de amigos. (Dejando repentinamente el tono irónico). Estoy comprometido gravemente, ¿sabes? No con la policía, que a eso ya estoy acostumbrado. Ahora es con los compañeros, y esos no perdonan.

BALBOA. – No te pido explicaciones. ¿Cuánto?

OTRO. – ¿Te parecía mucho un millón?

BALBOA. – ¿Estás loco? ¿De dónde piensas que puedo sacar yo esa cantidad?

OTRO. – Desde luego no esperaba que la tuvieras ahí en el bolsillo. Pero puedes encontrarla; y sin ir muy lejos..., sin salir de aquí. Si no he calculado mal, solamente la casa vale el doble.

BALBOA. – ¡La casa! ¿Vender esta casa?

OTRO. – Para dos viejos solos es demasiado grande.

BALBOA. – ¿Serías capaz de dejarnos en la calle?

OTRO (rencoroso). – ¿No me dejaste tú a mí hace veinte años? Todavía recuerdo aquel porrazo, y a veces todavía me arden tus dedos aquí.

BALBOA. – Eso es lo que te trajo, ¿verdad? No es sólo el dinero; es toda esa resaca turbia de la venganza y el resentimiento.

OTRO. – Sería cosa de discutirlo, pero no tengo tiempo. Necesito esa cantidad mañana mismo.

BALBOA. – ¡Ni mañana ni nunca!

OTRO. – De ti no me extraña; pero hay alguien que no me dejará morir estúpidamente junto a  un farol pudiendo salvarme. ¿Dónde esta la Abuela?

BALBOA. – ¡No! ¡La abuela, no! Llévate los valores, las alhajas...

OTRO. – No he venido a pedir limosna. Vengo a buscar lo mío, y tú sabes muy bien que la abuela no sería capaz de negármelo.

BALBOA. – Escucha  Mauricio, por piedad. La Abuela no sabe nada de tu verdadera vida. Para ella aquel muchacho loco de hace veinte años es ahora un hombre feliz.

OTRO. – ¡Ajá! Una historieta ejemplar. Lo malo es que ya pasé la edad y no me gustan los cuentos. ¿Dónde está la abuela? (Avanza. El abuelo le corta el paso.)

BALBOA. – ¡No! ¡De aquí no pasas!

OTRO.(Sujetándole). – No habrás pensado que puedes levantarme la mano otra vez. Eso es fácil con un niño; con un hombre ya no es lo mismo. (Lo aparta bruscamente y  llama en voz alta.) ¡Abuela!...

(A la última réplica aparece Mauricio en la terraza. Avanza resuelto, con una ira contenida que le asorda la voz.)

MAURICIO. – Cuando un hombre está dispuesto a todo no grita. Salga de esta casa conmigo.

OTRO. – ¿Puedo saber quien es usted?

MAURICIO. – Después, la abuela va a entrar. Si pronuncia delante de ella una palabra, una palabra sola, lo mato.

OTRO. – ¿A mí...?

MAURICIO (cortando). – ¡Por mi alma que lo mato aquí mismo! (Se oye reír llegando.) (Entra la Abuela con Isabel.)

ABUELA...– En mi vida había oído un disparate igual. ¿Serás tonta? Ir a decirme a mí que esa lucecita verde que encienden las luciérnagas... Oh, perdón; creí que estaban solos.

MAURICIO. – No es nada. El señor, que no conoce bien y se había confundido. (Con intención.) Yo voy a indicarle el camino. ¿Vamos?

OTRO.- (avanzando resuelto). –Vamos

ISABEL.- (con un presentimiento ante el tono de desafío que traslucen las palabras de los hombres). – ¡Mauricio! (El otro se vuelve sorprendido al oír su nombre. Mira fijamente a Isabel y a  Mauricio.)

MAURICIO. – Un momento, Isabel. En seguida vuelvo. Por aquí... (El otro vacila. Por fin se inclina levemente.)

OTRO. – Disculpen, Señor... (Sigue a Mauricio. Isabel y la Abuela quedan inmóviles mirándoles salir.)

TELÓN

Segundo cuadro

 

En el mismo lugar al día siguiente. En un rincón un baúl abierto. Sobre la mesa una maleta y ropa blanca. Isabel dobla la ropa en silencio. Genoveva termina de hacer el baúl.

 

GENOVEVA. – ¡Diga algo, por favor!

ISABEL. – ¿Qué puedo decir?

GENOVEVA. – Cualquier cosa. Con este silencio parece un entierro.

ISABEL. – Sí, Genoveva, hacer un equipaje es como enterrar algo.

GENOVEVA. – Lo malo no es para los que se van. Ustedes vuelven a lo suyo, con toda la vida por delante. Pero la señora...

ISABEL. – ¿Habló con ella?

GENOVEVA. – Ni yo ni nadie; ahí sigue encerrada en su cuarto sin mover una mano ni despegar los labios.

ISABEL. – ¿Pero por qué ese silencio como una protesta? Ya sabía que tarde o temprano tenía que llegar este momento. ¿Es mía la culpa?

GENOVEVA. – La culpa es del tiempo, que siempre anda a contramano.  

(Sale, entra Mauricio)

ISABEL. – ¿Hay alguna esperanza de arreglo?

MAURICIO. – Ninguna. Dentro de unos minutos va a venir él mismo con la última palabra.

ISABEL. – ¿Y vas a permitirle entrar en esta casa?

MAURICIO. – Desgraciadamente es la suya. Ni razones ni súplicas ni amenazas valen nada con él. Ese hombre viene dispuesto a todo y no dará un paso atrás.

ISABEL. – Es decir, que toda nuestra obra va a ser destruida en un minuto, ¿y vamos a presenciarlo con los brazos cruzados?

MAURICIO. – ¿Qué puedo hacer? Al descubrir el juego hemos puesto las cartas en su mano. Puede jugar tranquilamente al chantaje. No hay nada que esperar, Isabel. Nada.

ISABEL. – Aún puedes hacer un bien en esta casa; el último. Confiésale tú mismo a la abuela toda la verdad.

MAURICIO. – ¿Qué ganaríamos con eso?

ISABEL. – Es como quitar una venda. Tú puedes hacerlo poco a poco. No esperes a que él se la arranqué de un tirón.

MAURICIO. – No puedo, no tendría valor. ¡Vámonos de aquí cuanto antes!

ISABEL. – ¿A tu casa cómoda y tranquila? No, Mauricio; vuelve tú solo.

MAURICIO. – ¡No habrás pensado quedarte aquí!

ISABEL. – Ojalá pudiera. Pero tampoco quiero salir de esta vida inventada para volver contigo a otra tan falsa como ésta.

MAURICIO. – ¿A dónde entonces? ¿Piensas volver a tu vida de antes?

ISABEL. – Parece increíble, ¿verdad? Y sin embargo ésa es la gran lección que he aprendido aquí. Mi cuarto era estrecho y pobre, pero no hacía falta más: era mi talla, todo a medida, y todo mío: mi pobreza y mi frío.

MAURICIO. – ¿Y es a  aquella miseria a donde quieres volver? No lo harás.

ISABEL. – ¿Quién va a impedírmelo?

MAURICIO. – Yo.

ISABEL. – ¿Tú? Escucha. Un día la muchacha sola fue sacada de su mundo y llevada a otro maravilloso. Sólo se trataba de representar una farsa, pero ella “no sabía medir” y se entregó demasiado. Lo que debía ser un escenario se convirtió en su casa verdadera. Siete días duró el sueño, y aquí tienes el resultado: ahora ya sé que mi soledad va a ser más difícil, y  mi frío más frío. Pero son mi única verdad, y no quiero volver a soñar nunca por no tener que despertar otra vez. Perdóname si te parezco injusta.

MAURICIO. – ¿Por qué te empeñas en pensar que esa historia es la tuya sola? ¿No puede ser la de los dos?

ISABEL. – ¿Qué quieres decir?

MAURICIO. – Qué también yo he necesitado esta casa para descubrir mi verdad. Ayer no había aprendido aún de qué color son tus ojos. ¿Quieres que te diga ahora cómo son a cada hora del día, y cómo cambian de luz cuando abres la ventana y cuando yo llego y cuando me voy?   Siete noches te he sentido dormir a través de mi puerta. Tu aliento se me fue haciendo costumbre, y ahora lo único que sé es que ya no podría vivir sin él; lo necesito junto a mí y para siempre. En tu casa o en la mía, Cualquiera de las dos puede ser la nuestra. Elige tú.

ISABEL. ¡Mauricio...! (Se echa en sus brazos).

MAURICIO.- (La besa largamente. Se oye la campanilla del vestíbulo. Se miran en sobresalto, abrazados. La campanilla vuelve a sonar, impaciente). Ahí está. (Va a salir a su encuentro. Ella lo detiene).

ISABEL. – ¡Tú, no! ¡Déjame sola con él!

MAURICIO. – ¿Estás loca?

ISABEL. – Quizá una mujer pueda conseguir lo que no has conseguido tú. (Se besan nuevamente, rápidos).

MAURICIO. – Estaré cerca.

ISABEL. – No tengas miedo; ahora soy fuerte por los dos.

(Mauricio sale al jardín. Vuelve la Doncella).

FELISA. – Es el mismo hombre de anoche. Pregunta por la señora.

ISABEL. – Dígale que pase.

(La Doncella va a obedecer. El otro aparece en el umbral).

FELISA. – No hace falta; por lo visto es su costumbre. (El otro le ordena salir con un gesto. Después avanza. Mira a Isabel de arriba abajo).

OTRO. – Mi falsa esposa, ¿no?  Ya sé todo el triángulo que han armado aquí. Una bonita fábula con moraleja y todo. Lástima que se acabe tan estúpidamente.

ISABEL. –No se ha acabado todavía.

OTRO. –Si quieren ustedes seguirla, ya saben el precio.

ISABEL. –Demasiado alto. Malvender esta casa; lo único que les queda a esos dos viejos para morir en paz.

OTRO. –También yo puedo caer en una esquina si vuelvo sin dinero

ISABEL. – ¿Es su última palabra?

OTRO. – ¿Otra vez? Su novio me pidió anoche un plazo para arreglar. Les he dado hasta ahora. ¿Hay plata o no hay plata?

ISABEL. –Usted sabe tan bien como yo que es imposible.

OTRO. –Eso pronto vamos a verlo. Supongo que a la vieja la tienen encerrada en su cuarto, ¿verdad? No se moleste; conozco el camino. (Avanza. Isabel le cierra el paso).

ISABEL. – ¡Ni un paso más!

OTRO. –Le advierto que a mí no me han detenido nunca las mujeres que se ofrecen; las que me amenazan, mucho menos. ¡Apártese!

ISABEL. – ¡Por lo más sagrado, píenselo antes que sea demasiado tarde! ¿Sabe que una sola palabra suya puede matarla?

OTRO. – ¿Tanto le interesa la vida de esa mujer?

ISABEL. –Más que la mía propia.

OTRO.-. – ¿Entonces para qué perder tiempo? Podemos plantear las cosas como a mí me gusta; como un negocio redondo. Un millón de pesos vale la vida de la abuela. Barato ¿no?

ISABEL. – ¡Maldito...!

(Avanza con la mano crispada.  Aparece la abuela).

ABUELA. – ¿Qué pasa aquí, Isabel?

ISABEL (corriendo a ella). – ¡Abuela...!

ABUELA. –Si no me equivoco, el señor es el mismo que estuvo aquí anoche. (Avanza unos pasos). ¿Busca a alguien en esta casa?

ISABEL. –A nadie. Sólo venía despedirse. ¿Verdad que se iba ya, señor?

OTRO. –No he hecho un viaje tan largo para volverme con las manos vacías.

ISABEL. – ¡Mentira! ¡No lo escuche, abuela, no lo escuche!

ABUELA. – ¿Pero estás loca?  Discúlpela; está un poco nerviosa. Déjanos; parece que el señor tiene algo importante que decirme.

ISABEL. – ¡Él no! ¡Se lo diré yo después, solas las dos!

ABUELA (enérgica). – ¡Basta, Isabel! Sal al jardín y no vuelvas con ninguna disculpa hasta que yo te llame, ¿lo oyes? ¡Con ninguna disculpa! Déjanos.

(Isabel sale rápido ocultando el rostro. Pausa. La abuela mira largamente al desconocido y avanza serena).

ABUELA. – ¿De modo que ha hecho un largo viaje para hablar conmigo? ¿De dónde?

OTRO. –De Canadá.

ABUELA. –Un hermoso país. Mi nieto llegó también de allá hace unos días. ¿Conoce a mi nieto?

OTRO. –Mucho. Por lo que veo mucho mejor que usted misma.

ABUELA. –Es posible. ¡Yo he estado separada de él tanto tiempo! Cuando se fue de esta casa...

OTRO. –Cuando lo expulsaron sin razón.

ABUELA. –Exacto. Cuando el abuelo lo expulsó de esta casa, tuve miedo por él. Era una cabeza loca; pero yo estaba segura de su corazón. Sabía que le bastaría acordarse de mí para no dar un mal paso. Y así fue.

OTRO. –Conozco el cuento; lo que no me explico es cómo ha podido tragárselo a sus años. ¿No se le ocurrió nunca sospechar que esas cartas pudieron ser falsas?

ABUELA. – ¿Falsas las cartas?

OTRO.- (brusco). – ¡Todo! Las cartas, y esa historia ridícula, ¡y hasta su nieto en persona! ¿Es que se ha vuelto ciega o es que está jugando a cerrar los ojos?

ABUELA.- (se levanta). – ¿Pero que es lo que pretende insinuar? ¿Qué ese muchacho alegre y feliz que está viviendo bajo mi techo no es mi nieto? ¿Qué el mío verdadero, la última gota de mi sangre..., es este pobre canalla que está delante de mí? ¿Era eso lo que venías a decirme, Mauricio?

OTRO. – ¡Abuela...!

ABUELA. – ¿Y para dar este golpe a una pobre mujer has atravesado el mar? Puedes estar orgulloso. ¡Es una hazaña de hombre!

OTRO. – ¿De manera que también tú estabas metida en la farsa?

ABUELA. –No. Yo no lo supe hasta anoche. Aquel segundo que te vi aquí me abrió los ojos de repente; después no me costó trabajo obligar al abuelo a confesar. ¡Sólo una esperanza me quedaba ya: “por lo menos, delante de mí no se atreverá”.  Y he esperado hasta el último momento. ¡Algo a qué poder aferrarme para perdonarte aún! Pero no. Has ido directamente a la llaga con tus manos sucias... ¡donde más dolía!

OTRO. –No podía hacer otra cosa, abuela. ¡Necesito ese dinero para salvar la piel!

ABUELA. –Conozco la cifra; acabo de oírtela a ti mismo: un millón de pesos vale la vida de la abuela. No, Mauricio, no vale tanto. Por una sola lágrima te la hubiera dado entera. Pero ya es tarde para llorar. ¿Qué esperas ahora? ¡Ni un centavo por esa piel que no tiene dentro nada mío!

OTRO. – ¿Vas a dejarme morir en la calle como un perro?

ABUELA. – ¿No es tu ley? Ten por lo menos la dignidad de caer en ella.

OTRO.- (con una angustia ronca). – ¡Piensa que no solamente pueden matarme; que puedo tener que matar yo!

ABUELA. – ¡Por tu alma, Mauricio, basta! Si algo te quede de hombre sal de esta casa ahora, ¡ahora mismo!

OTRO. – ¿Tanto te estorba mi presencia?

ABUELA. – ¡Ni un momento más! No ves que se me acaban las fuerzas,... ¡y que no quiero caer delante de ti! ¡Fuera!

OTRO. – ¡Tuya será la culpa!

ABUELA. – ¡Fuera! (El Otro con un gesto crispado, sale bruscamente. La abuela, vencida, cae sollozando en su sillón). ¡Cobarde...! ¡Cobarde...!

(Pausa. Entra el señor Balboa y acude a ella).

BALBOA. –Mi pobre Eugenia... ¿No te dije que iba a ser superior a ti?

ABUELA. –Ya ves que no. El dolor fuerte pasó ya. Lo malo es la huella que deja. (Se rehace). Los muchachos no habrán oído nada ¿verdad?

BALBOA. – ¿No piensas decírselo?

ABUELA. –Nunca. Les debo los días mejores de mi vida. Y ahora soy yo la que puede hacer algo por ellos. (Se levanta. Llama en voz alta). ¡Mauricio! ¡Isabel...!

BALBOA. – ¿Pero de dónde vas a sacar fuerzas?

ABUELA. –Es el último día, Fernando. Que no me vean caída. Muerta por dentro, pero de pie. Como un árbol.

(Entra Isabel y Mauricio)

ABUELA. – ¿Qué caras tristes son ésas? Ya habrá tiempo mañana.

ISABEL. – ¿Se fue ese hombre?

ABUELA. –En este momento. ¡Qué tipo extraño! Dice que ha hecho un viaje largo para hablarme, se queda mirándome en silencio, y al final se va como había venido.

MAURICIO. – ¿Sin hablar?

ABUELA. –Parecía que iba a decir algo importante, pero de pronto se le quebró la voz y no pudo seguir.

ISABEL. – ¿Y no dijo nada? ¿Ni una palabra siquiera?

ABUELA. –Una sola: perdón. ¿Tú lo entiendes? Algún loco suelto. ¿Cerraste el equipaje?

ISABEL. –Todavía hay tiempo.

ABUELA – Ah,  la receta del licor, no se nos vaya a olvidar a última hora. ¿Tienes lápiz y papel?

MAURICIO. –Sí, abuela. (Se lo entrega a Isabel, que se sienta a escribir a la mesa).

ABUELA. –Anota, hija, y a ver como te sale. Todas las mujeres de esta casa lo hemos hecho bien. Anota: agua destilada y alcohol a partes iguales. (Tono íntimo). ¿Cuándo sale el avión?

MAURICIO. –Mañana al amanecer.

ABUELA. – ¡Mañana...! Mosto de uva pasa, un cuarto. (Vuelve al tono íntimo). ¿Me seguirás escribiendo, Isabel?

ISABEL. –Sí, abuela, siempre.

ABUELA. – ¡Me gustaría ver los grandes bosques y los trineos...! Dos claras batidas a punto de nieve. Y el día de mañana..., cuando tengan un hijo... (Queda como ausente en la promesa lejana, Isabel suelta el lápiz y oculta el rostro contra el brazo, Mauricio le aprieta los hombros en silencio y le devuelve el lápiz). Cáscara de naranja amarga, bien macerada... Una corteza de canela en rama para perfumar... Dos gotas de esencia de romero...

 

TELÓN FINAL